Era
septiembre de 1997, y Sebastián Nadal se llevaba a su hijo de vuelta
a casa después de un partido de tenis. El niño viajaba en el
asiento del copiloto, disgustado y triste. Había perdido contra un
jugador que tenía dos años más que él, y eso le llenaba de rabia
y amargura. Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos, y su padre
le dijo: “Rafael, no es para tanto. Este verano te lo has pasado
muy bien, te has relajado y has disfrutado... No te preocupes, vas a
volver a entrenar y volverás a ganar partidos”, a lo que el niño
respondió “tú no lo entiendes, toda esa felicidad que he tenido
en este verano no puede compensar el dolor que siento ahora por esta
derrota”. Aquel niño, si no lo habíais averiguado ya, era Rafa
Nadal, uno de los mayores talentos que ha dado el deporte español en
toda su historia.
'Nada
es para siempre, decían tus ojos tristes...' rezaba la canción de
Cómplices, allá por el 2003. Los expertos, pájaros de mal agüero
cada vez que vaticinan alguna caída, ya decían hace unos años que
la máquina perfecta, Rafa Nadal, iba a dejar de funcionar antes de
cumplir los 30 años. Será la mirada triste de Rafa después de ser
avasallado por Murray en Madrid, o serán los últimos dos años del
manacorí, en los que 'solo' ha ganado un Grand Slam; sea como fuere,
'El Rey de la Tierra' parece que está empezando a hincar la rodilla.
Ya no muerde trofeos con tanta asiduidad, ya no acapara tantas
portadas, ya no gana con esa insultante facilidad. Ahora mira
pensativo desde su 7º posición en el ranking ATP a tenistas a los
que, hasta hace nada, tenía que consolar después de apalizarles por
enésima ocasión.
Rafa
siempre ha sido -y será- un tenista de raza y corazón, un animal
competitivo con una zurda endiablada, amén de un físico portentoso.
Su indestructible voluntad de sacrificio, hecha del diamante más
duro que haya en este planeta, y su incansable ambición de ganar
hasta en el más nimio de los detalles de un partido, han hecho de
este jugador una de las figuras más ilustres de la historia del
tenis, a la altura de Federer -coetáneo suyo-, Bjorn Bork, Boris
Becker o Ivan Lendl. Después de este retrato, casi a la medida de un
dios del olimpo griego, sorprendieron mucho sus declaraciones de
Miami el año pasado, en las que confesaba estar “nervioso, con
ansiedad”. Como ya se viene barruntando entre sus seguidores y el
mundillo del tenis, Rafa es un ser humano, no una máquina.
Está
más nervioso de lo habitual, sí, eso es un hecho, ¿pero quién no
lo estaría después de todas las lesiones que ha sufrido en los
últimos tres años? En 2012 y 2013 la rodilla empezó a fallarle, y
es que un estilo de tenis tan agresivo e intenso como el del manacorí
tarde o temprano tenía que pasarle factura; en 2014, por si fuera
poco, tuvo una apendicitis, problemas en la muñeca derecha y dolores
serios en la espalda, dolencia esta última que le atacó justo en la
final del Open de Australia. Vaya cruz... Las piernas flaquean y la
mente, llena de dudas, sufre. “Sinceramente, no sé si volveré a
ser el mejor”. Son frases como esta las que nos permiten ver que el
héroe nacional, ese que ha alegrado tantas tardes de domingo, se
está acostumbrando a perder. “Sí, alguna vez he dejado de creer
en mí mismo”. Todos estos pensamientos tienen que tener algún
significado, por mucho miedo que exista en la opinión pública de
aceptar esta realidad.
Su
entrenador -y tío-, Toni Nadal, es visto como una suerte de sargento
implacable. Siempre con esa gorra de 'Iberostar', su mirada
imperturbable y su carácter recio invitan a pensar que el bueno de
Rafa ha sido entrenado como un espartano, o algo similar. Un tipo
extremadamente serio y hasta algo antipático, pero no son pocos los
que piensan que no hay nadie que le tenga más fe a Rafa que él, su
tío Toni. “Que nadie se atreva a dar por muerto a Rafa, estaría
cometiendo un grave errror” dijo para defender a su sobrino y
pupilo después de una dura derrota en Australia hace dos años.
Nadal, que ya se está haciendo mayor, siempre ha dejado claro que le
debe mucho a su tío y entrenador, pero en su propia autobiografía,
'Rafa; my story', desvela lo tormentosa que ha llegado a ser la
relación en algunos momentos. “Ya no necesito que nadie me de
lecciones de humildad, Toni no es el mago sabelotodo de mi infancia,
se contradice muchas veces”. Un 'ace' en toda regla, como diría
aquel.
Rafa
tiene que aprender a vivir ahora de otro modo el tenis. Es un hecho.
El manacorí, criado en una familia 'bien' muy vinculada al deporte,
tuvo en su otro tío, Miguel Ángel Nadal, un buen ejemplo de lo que
el deporte puede darte y quitarte. Este, ícono y baluarte defensivo
del Barça en los 90', vio como la irrupción de jóvenes valores
como Puyol le estaban restando protagonismo, así que decidió
echarse a un lado y acabar su carrera, ya con unos cuantos títulos,
en el Mallorca con el 'profesor' Goyo Manzano.
No
quiero decir, ni mucho menos, que Rafa tenga que apartarse a un
segundo plano, pero nadie puede negar que ese aura que desprende y
esos recuerdos que nos evoca su figura tienen olor a mito viviente, a
alguien o algo de alguna otra época lejana. Sus clásicos duelos al
sol con Federer están ya a la altura de otras grandes rivalidades
que marcan la historia del deporte, como Magic Johnson con Larry
Bird, Lionel Messi con Cristiano Ronaldo o Ayrton Senna con Alain
Prost.
Su
ocaso -que llegará más pronto que tarde- va a coincidir, más o
menos, con el de otros de los protagonistas de la Edad de Oro del
deporte español. Ilustres como Pau Gasol, Fernando Alonso, Xavi
Hernández, Iker Casillas, Juan Carlos Navarro o Carles Puyol -ya
retirado- ya están bien entrados en la treintena y su era dominante
está llegando a su epitafio. De su puño y letra se han escrito las
páginas más brillantes del libro dorado del deporte español, pero,
salvo 'La historia interminable' de Bastian y Atreyu, todos los
libros tienen un punto final.
No
voy a ser yo, desde luego, el que entierre a esta bestia del tenis de
forma definitiva. Sería una temeridad. De todas formas, él mismo lleva tiempo
admitiendo
que no tendrá una carrera tan extensa como otros jugadores, "porque
mis movimientos son demasiado agresivos", recuerda el deportista
español más reconocido en el mundo. "Nunca me gustan los
partidos fáciles. Creo que a un buen deportista no le pueden gustar
victorias así". Es, ante todo, un deportista noble. Nadal, un ganador nato, prefiere rememorar su
épica derrota, tras cinco horas y 53 minutos contra el serbio Novak
Djokovic en la final del Abierto de Australia de 2012, antes que, por
ejemplo, la perfecta demolición ante Federer en 2008 en Roland
Garros. Así son los ganadores.
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