“Es imposible ganar siete Tours sin doparse, todo esto se ha tratado de una
gran mentira que resultó perfecta durante mucho tiempo”, son las palabras de
Lance Armstrong, héroe para algunos, por su valentía de afrontar ante las
cámaras esos hechos, y villano para otros, que no perdonan más de 10 años de
mentiras y burlas a la deportividad. Para mí no deja de ser un mentiroso más,
no he dejado que sus lágrimas de cocodrilo empañen mi objetividad, no he dejado
que su discurso acerca de su familia me emocione y no me creo que sienta rabia
y dolor por hacer lo que ha hecho. Si el señor Armstrong se sentó con Oprah es porque estaba, más que nunca,
entre la espada y la pared, es porque va a sacar un dineral de esa entrevista y
es porque sabe que a mucha gente le encanta la parafernalia de la TV.
Lance ha herido casi de muerte al ciclismo, aunque vaya, empiezo a creer
que si hay un deporte inmortal ese es el de las dos ruedas y las ascensiones
infernales, que congrega ante el televisor a millones de telespectadores todos
los veranos desde hace ya mucho tiempo. “Todos se dopan” piensa el ‘pueblo’, es
una idea que cada vez tiene más calado y más fuerza. Si no, ¿por qué Indurain, Contador
u otras grandes figuras se cuidan tanto de criticar al otrora ídolo del
ciclismo? Lo único que sé es que entre todos se están cargando la credibilidad
del ciclismo, veremos hasta dónde llega su crédito.
El amigo Armstrong se une de esta forma a la extensa lista de ‘juguetes
rotos’ del deporte de élite, integrada por atletas que no quisieron reconocer
que habían llegado a sus límites, que no quisieron afrontar la mediocridad –o
legalidad- en la que otros viven. Marion Jones, Diego Armando Maradona (más por
mala vida que por querer mejorar su rendimiento), Ben Johnson, Martina Hingis,
Marco Pantani, Barry Bonds (un mito del beisbol en los EEUU), Marta Domínguez,
Johan Muelegg, Andre Agassi… Todas estas estrellas del firmamento deportivo
llegaron a lo más alto en sus disciplinas, firmaron contratos multimillonarios
y tuvieron tratamiento de dioses, pero ¿alguien se esforzó en educarles para
aceptar la derrota o intentó enseñarles que el fracaso es parte del juego y del
deporte? La respuesta es no. Como engullidores profesionales que somos de todo
tipo de deportes, no nos interesa en absoluto.
Enseñar a un gran atleta que perder es solo una fase más de la competición
es como perder el tiempo, “no lleva a ningún lado” podrán pensar algunos. Lo
que si nos interesa es que lleguen cada vez más alto y más lejos, sin duda
alguna, ¿pero a qué precio? Hay muchos deportistas que no están preparados para
el fracaso, que no asumen que tienen que desaparecer del ‘podio’ y por lo tanto
sienten la necesidad de frenar, sea como sea, esa inevitable caída. Viven una
ascensión meteórica hasta las estrellas para luego ser enterrados en noticias
de segunda fila. Es duro, pero es así, la prensa tiene su punto de
responsabilidad en todo este asunto, no podemos estar creando día sí y día
también héroes y villanos.
Las ilusiones de muchos, sobre todo de los más pequeños, se desvirtúan y se
rompen cuando conocen que todas estas historias de superación y éxito estaban
construidas a base de mentiras y oscuras ambiciones. Todo por una sociedad que
parece obligarnos a ser más alto, más guapo y más fuerte que nuestro vecino.
¿Me equivoco?
Me viene a la cabeza el caso de Ícaro, un perfecto ejemplo para ‘ilustrar’
el ocaso de estas grandes estrellas, que son como los 'hijos' de Ícaro. Un personaje
de la riquísima mitología griega, con un final trágico, como casi todos. Se le
advirtió que si volaba demasiado cerca del sol sus alas se quemarían, pero la
codicia y el egoísmo del joven le hizo volar más y más alto, hasta casi tocar
el sol. Como era de esperar, perdió sus alas, y ante la horrorizada mirada de
su padre (Dédalo), se precipitó sin remedio al abismo de la muerte. No todos
pueden ser tan altos como la luna y tan brillantes como el sol. El deporte es
vida, no mentira.