Qué felices eramos y qué bonito era todo, ¿eh? Ayer a las 21:30h la afición de la Real Sociedad no cabía en sí de júbilo y satisfacción. La escuadra donostiarra dominaba con insultante superioridad el marcador y la posesión del balón, caminaba alegremente por una llanura de tranquilidad, con el horizonte despejado y el sol ahí arriba, guiñándole un ojo, en plan 'colegueo'. Parece que es el clásico desarrollo de un partido plácido, pero, vaya, no todos los cuentos tienen finales felices. A las 21:32h aparecieron las primeras nubes de evolución que enturbiaron, en cierto modo, el ambiente de serenidad absoluta que habían conseguido jugadores, cuerpo técnico y afición. "¿No se pondrá a llover ahora, no?" seguro pensaría más de uno. Ese 'estado zen' que habíamos adquirido tan surrealistamente (el segundo de Griezmann es un chiste muy malo de Rueda) amenazaba con esfumarse rápidamente. Oh, mierda... así fue. A las 21:35h comenzó a arreciar la lluvia con fuerza, muchísima fuerza. El trabajo de unos buenos 70', llenos de autoridad y calidad, se fue al garete gracias a la fragilidad del equipo, que se desplomó con el 1-2, dando lugar instantes después al empate.
"Esto es primera división, si puedes matar un partido, tienes que hacerlo"
Jagoba Arrasate.
El temporal siguió azotando con fuerza y a los txuri urdines les parecía estar viviendo una pesadilla. Los errores de concentración de Mikel, Markel y Cadamuro, entre otros, propiciaron una remontada exprés más propia del Real Madrid de Capello, aquel del 'clavo ardiendo', y no del Valladolid de JIM. El agua que descargaron las nubes caló hasta los huesos de los guerreros realistas, haciendo que cundiera en ellos la desazón y el nerviosismo. En lugar de levantar la cabeza, inflar el pecho y capear el temporal, dieron paso a un aluvión de juego y empuje de su rival. El Nuevo José Zorrilla parecía La Bombonera, no exagero. La grada enloqueció gracias al vuelco en el marcador y creyeron, con razón, en una remontada que se recordaría durante mucho tiempo por esas tierras. La tormenta perfecta estaba a punto de desatarse, con toda su furia, en tierras vallisoletanas. La Real estuvo K.O. durante 12 interminables minutos, hasta que llegó el culmen, el clímax de esta tragicomedia o novela de terror, como se quiera ver.
Eran las 21:47h y al menos yo, no sé vosotros, tenía un disgusto encima de campeonato. Mikel había hecho un penalti clarísimo, muy descarado. El error, flagrante a mi modo de ver, lo cometió por contagio. Contagio de un escuadrón de hombres nerviosos y llenos de canguelo, quienes no sabían ni por donde les daba el aire, y por lo tanto, estaban predispuestos a errar en situaciones límite. Afortunadamente, siempre hay una pieza en estas batallas que no se mueve igual que las demás, que no está sujeta a las mismas leyes de los defensas, medios y delanteros. Benditos cancerberos, y bendita su locura. Claudio Bravo, el capitán de Chile, ajeno a los nervios de la tropa realista, decidió interrumpir la tormenta perfecta. Detuvo el penalti de Ebert, un especialista en estas artes, y desquició a toda la familia del Valladolid, que ya se relamía pensando en las mieles de un triunfo inverosímil. Tormenta 'interruptus'.
Lo que pudo ser un cuento tranquilo y feliz, terminó con Arrasate y sus hombres al borde de un precipicio gigantesco. Créanme que la derrota habría sido un palo tremendo, mayor de lo que pensamos, más si cabe después de la evolución vista en las últimas dos semanas. Alegría, relajación, sensación de superioridad, nervios, confusión, terror, pánico y alivio, mucho alivio. En fin, que ha vuelto Claudio Bravo, y además por la puerta grande.